Viajes y empatía
Cómo la exposición a diferentes culturas amplía nuestra comprensión emocional
Desde que salí por primera vez de Bilbao, mi ciudad natal, para explorar el mundo más allá de las fronteras del País Vasco, he llegado a una conclusión inequívoca: viajar no solo nos mueve físicamente de un lugar a otro, sino que también desplaza nuestro corazón y nuestra mente hacia territorios inexplorados de la comprensión humana.
Como bilbaíno que ha tenido el privilegio de visitar diversos rincones del mundo, puedo afirmar sin temor a equivocarme que cada viaje ha sido un paso más hacia una empatía más profunda y una conexión más auténtica con la diversidad del mundo que nos rodea.
El inicio del viaje hacia la empatía #
Mi primer viaje significativo fuera de España fue a Holanda. Aunque ya había hecho incursiones al País Vasco francés y a Lisboa, fue en los canales de Ámsterdam donde realmente empecé a entender lo que significaba sumergirse en una cultura diferente. La apertura de mente de los holandeses, su forma de vida en armonía con la naturaleza y su actitud liberal hacia temas que en España aún eran tabú, me abrieron los ojos a nuevas posibilidades.
Recuerdo vívidamente pasear por el barrio rojo, no con la mirada morbosa del turista, sino con una curiosidad genuina por entender cómo una sociedad puede normalizar algo que en mi entorno era visto con tanto prejuicio. Fue allí donde empecé a comprender que la empatía no es solo ponerse en el lugar del otro, sino intentar ver el mundo a través de sus ojos, con su historia, sus creencias y sus circunstancias.
La diversidad como maestra de vida #
A lo largo de mis viajes, he experimentado cómo la exposición a diferentes culturas y formas de vida puede desafiar nuestros prejuicios y ampliar nuestra comprensión del mundo. En ciudades como San Francisco o Los Ángeles, pude experimentar una libertad y una aceptación de la diversidad que en aquel momento aún no eran tan comunes en España. Estas experiencias no solo me permitieron abrazar más plenamente mi propia identidad, sino que también me enseñaron la importancia de luchar por los derechos de todos, independientemente de su orientación sexual, identidad de género, o cualquier otra característica personal.
En Bilbao, mi propia ciudad, tuve la oportunidad de conocer a Yasin, un joven marroquí que había llegado como refugiado. Yasin había tenido que huir de su país por ser gay y convivir con otro hombre, una situación que ponía en riesgo su vida. Su historia me conmovió profundamente y me hizo reflexionar sobre mis propios privilegios. ¿Cuántas veces había dado por sentada mi relativa libertad en España? La lucha de Yasin me recordó que la empatía no es solo compasión, sino también acción y solidaridad. Me mostró la importancia de apoyar a aquellos que buscan refugio y una vida digna, y cómo nuestras ciudades pueden convertirse en santuarios de diversidad y aceptación.
El lenguaje universal del corazón #
Una de las lecciones más valiosas que he aprendido en mis viajes es que la comunicación va mucho más allá de las palabras. En Japón, donde el idioma y las costumbres me resultaban completamente ajenos, descubrí el poder de una sonrisa sincera, de un gesto amable, de la paciencia y la buena voluntad.
Recuerdo una noche en un pequeño izakaya de Tokio. No hablaba japonés, el dueño no hablaba español ni inglés, pero de alguna manera logramos conectar. A través de gestos, dibujos improvisados y mucho sentido del humor, acabamos compartiendo historias de nuestras vidas. Aunque no entendíamos todas las palabras, la emoción era palpable. Esa noche comprendí que la empatía es, en esencia, la capacidad de reconocer nuestra humanidad compartida más allá de las diferencias superficiales.
Los desafíos de la empatía en el camino #
No todo ha sido un camino de rosas en este viaje hacia una mayor empatía. He cometido errores, he caído en trampas culturales y, en ocasiones, he sido víctima de mis propios prejuicios. En Turquía, por ejemplo, me costó entender y aceptar ciertas costumbres que chocaban frontalmente con mi visión occidental del mundo, especialmente en lo que respecta a los roles de género y los derechos LGBTQ+.
Fue durante mi estancia en Estambul cuando tuve que enfrentarme a mis propias limitaciones. Mi primer impulso fue juzgar, condenar. Pero entonces recordé una lección fundamental de mis viajes: antes de juzgar, escucha y aprende. Hablé con locales, con expatriados, intenté entender la complejidad de una sociedad que se debate entre la modernidad y la tradición, entre Oriente y Occidente. No justifico la falta de derechos, pero aprendí a entender el contexto, a ver los matices, a reconocer que el cambio a veces es lento pero imparable. Esta experiencia me enseñó que la empatía a veces requiere suspender nuestro juicio, estar dispuestos a cuestionar nuestras propias creencias y, sobre todo, a escuchar activamente.
La transformación personal a través del viaje #
Cada viaje ha dejado una huella en mí, transformándome poco a poco. De aquel joven bilbaíno que salió a descubrir el mundo queda poco. En su lugar, hay un hombre que ha aprendido a celebrar las diferencias, a buscar lo que nos une más que lo que nos separa, y a encontrar belleza en la diversidad humana.
He paseado por las calles futuristas de Shanghái y me he maravillado ante los géiseres de Islandia. He experimentado el vértigo de las alturas en Hong Kong y la serenidad de los jardines en Singapur. En Dubái, me sorprendí ante el contraste entre la ultramodernidad de sus rascacielos y la persistencia de tradiciones milenarias. Cada una de estas experiencias ha sido una lección de empatía, un ejercicio de apertura mental y emocional, enseñándome que el mundo es mucho más complejo y diverso de lo que podemos imaginar desde la comodidad de nuestro hogar.
El regreso a casa: la empatía en lo cotidiano #
Pero quizás la lección más importante que he aprendido es que la verdadera prueba de la empatía no está en cómo nos comportamos cuando viajamos, sino en cómo llevamos esas lecciones a nuestra vida cotidiana. Cuando regreso a Bilbao, veo mi ciudad con otros ojos. Ahora puedo reconocer la riqueza en la diversidad de mi propio entorno, puedo conectar más fácilmente con el inmigrante que vende flores en la calle o con el anciano que vive solo en mi edificio.
La empatía cultivada en mis viajes me ha hecho un mejor amigo, un mejor hijo, un mejor ciudadano. Me ha enseñado a escuchar sin juzgar, a buscar entender antes que ser entendido, a reconocer que cada persona lleva consigo un mundo entero de experiencias y emociones.
Una llamada a la acción: el viaje continúa #
Aunque he tenido la fortuna de visitar lugares que alguna vez solo soñé conocer, soy consciente de que aún hay mucho mundo por descubrir, mucho que aprender. Cada día es una oportunidad para seguir cultivando la empatía, para seguir aprendiendo de los demás, para seguir creciendo como ser humano.
A ti, que estás leyendo esto, te invito a emprender tu propio viaje hacia la empatía. No necesitas cruzar océanos ni visitar lugares exóticos (aunque si puedes hacerlo, ¡adelante!). El viaje puede comenzar aquí mismo, en tu barrio, en tu ciudad. Atrévete a hablar con personas diferentes a ti, a cuestionar tus propias creencias, a ponerte en el lugar del otro.
La empatía es el puente que nos conecta como seres humanos, que nos permite superar diferencias y construir un mundo más comprensivo y solidario. En un planeta cada vez más polarizado, donde las diferencias parecen separarnos cada vez más, la empatía es más necesaria que nunca.
Así que, ¿estás listo para emprender este viaje? No necesitas maletas, ni billetes de avión. Solo un corazón abierto y la voluntad de ver el mundo a través de los ojos de los demás. Porque al final, como he aprendido en mis viajes, todos somos más parecidos de lo que creemos, todos anhelamos ser comprendidos y amados. Y esa comprensión, ese amor, empieza con un simple acto de empatía.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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